Rubén Alonso
Francisco Papa en la Basílica de San Pedro |
Conforme Francisco Papa va
tomando consciencia personal de su elección como obispo de Roma y por ende
aquel que “preside en la caridad” a las Iglesias, las aguas comenzarán a
serenarse y tomarán curso. Pasa el momento del impacto, de la intensidad de lo nuevo
y se abren horizontes al interior de la Iglesia católica y fuera de ella, en
otras Iglesias, en otras confesiones religiosas e incluso en los no creyentes.
Buen arranque, lleno y
provocador de esperanza. Sorprende la cercanía del obispo de Roma, del Papa, de
lo llamado nuevo, contrastante en las formas hacia dentro y fuera de la
Iglesia, que podrían tocar y recuperar el fondo, lo original, lo que da sentido
y razón de ser de Iglesia.
Y el fondo de la Iglesia es lo
fundamental, que está en el ser ekklesía (iglesia), comunidad, fraternidad;
menos poder secular e institución, más carisma, más pneuma (Espíritu); más
katholikós (católico, universal, abierto e incluyente); más “santa (consagrada,
elegida, perteneciente a lo divino) necesitada de purificación”; comunidad de
hombres y mujeres que “reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de
su Fundador” (Jesús el Cristo); primero “pueblo de Dios” y luego, constitución
jerárquica. (Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II. 21
de noviembre de 1964).
Será cuestión de tiempo. Poco
a poco, como son los cambios profundos y la vuelta a los orígenes.
Por lo pronto, todos los
ministros (servidores) de la Iglesia, los que se presentan más como jerarquía
que como servidores que escuchan “religiosamente la palabra de Dios” (Dei
Verbum, 1; Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, Concilio Vaticano
II. 18 de noviembre de 1965), tienen ante sí el dilema de comenzar a cambiar
las formas para llegar al fondo: están para servir y no ser servidos, están
para bajarse de las carreras eclesiásticas; dejar los autos de lujo, las casas
que son más palacios de hogares inaccesibles para la comunidad, las comidas
selectas, los primeros lugres, y comenzar a ver el mundo desde abajo, desde la
fraternidad del pueblo de Dios.
Muchos ministros (no todos,
pues hay ejemplares de pobreza y humildad) estarán ante predicamentos
cotidianos y tendrán que decidir, cambiar de rumbo. Si Francisco Papa lo hace
así, ¿por qué mi párroco, mi vicario, mi capellán, mi obispo no lo hace?
Es tiempo de cambio, de
conversión para la Iglesia. Sin ello, no habrá Resurrección.
http://twitter.com/jrubenalonsog
Fuente: Milenio-Jalisco
25 de marzo de 2013
URL: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9175984
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