Elecciones. ¿Y ahora?

Pasó la Jornada Electoral. Como sea, incluso con un solo voto, partidos e instituciones, asegurarán la instalación y operación formal de las instituciones implicadas: Cámara de Diputados, gubernaturas, presidencias municipales y Congresos locales en juego. Eso no lo dudo. Es asunto de supervivencia política. Las razones de Estado se impondrán incluso en los escenarios de impugnación y resolución final.

El juego se realizó. Sobre todo este juego “democrático” donde grupos y partidos alentaron y llevaron a votar, pues de esa manera legitiman con las reglas que se aprobaron la disposición del poder público. Así es nuestra democracia formal, institucional. No ha cambiado.
Los elegidos y/o quienes serán ratificados en tribunales, pues estas elecciones bien pueden llegar a esas instancias, a partir de su toma de posesión serán gobernantes. Y el escenario cambiará para ellos, pero también para nosotros, para el resto. Ahí comienza el ejercicio de la democracia real y se abre una agenda que habrá que construir desde fuera, desde la periferia, si es que buscamos que cambien las cosas.
Quienes gobiernen tienen su propia agenda, y entre ella, ya se ve, será otra reforma electoral con vistas al Proceso Electoral 2018. Será una reforma de supervivencia para ellos, pero para los de fuera, una oportunidad para volver a tratar de incidir en reglas que eliminen los criterios de asignación de recursos. Esa sí, que toque y modifique su sistema nervioso: las reglas de financiamiento eliminando la base de recursos con referencia al Padrón Electoral, que esta sea con base en la  votación válida emitida en la Jornada Electoral (así se les castiga por no propiciar participación), y el reparto de recursos a los partidos supervivientes se haga con el mismo criterio. De esta forma, la no participación y los votos nulos tendrían valor, contarían, incidirían.
A los partidos políticos habrá que tratarlos como se plantea el combate al narcotráfico: atacando sus finanzas, sus fuentes de financiamiento, público y privado; desde el origen hasta el gasto con mecanismos de fiscalización “in tempore”, no “post factum”, cuando el daño ya fue hecho; y que las sanciones sean al bolsillo de quienes autorizaron el gato, no reduciéndoles el financiamiento público.

Es tiempo de abrir la ruta de procesos electorales austeros, congruentes con la austeridad en que vive más de la mitad de los mexicanos.
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